Suena el despertador, como cada día de lunes a viernes, a las 7.00 h. “¡No puede ser!”, piensas. Parece que hace dos horas que te metiste en la cama, pero en realidad acabas de dejar atrás más de siete horas de sueño profundo. Tapado hasta la nariz y con los pies rozándose uno con otro para evitar el frío, empiezas a reflexionar sobre cómo será tu día y todo el trabajo que tienes que hacer. ¿Ganas de levantarte? cero, pero el deber te llama y el mundo está gritando tu nombre. “Tengo que pensar algo que me motive para abandonar las sabanas”, piensas. Solo hay una palabra capaz de eso: “Viernes”.
Sí señor, hace frío, pero es viernes. Llegas al coworking y percibes enseguida que hoy se respira un ambiente distinto. Se nota que es el último día de la semana y que a todos nos esperan 48 horas de disfrute, desconexión y risas con la familia y amigos. Solo con el tono de tu “buenos días” se aprecia la emoción de tener a tocar el fin de semana. No eres el único, cuando te diriges a la cocina para dejar en la nevera la comida que has traído, los compañeros que están desayunando te responden con el mismo tono que el tuyo. No es cosa tuya eso de tener ganas de sábado.
Por fin, te sientas en tu silla y lo preparas todo para arrancar a trabajar como un loco: ordenador, libreta, móvil, boli delante del teclado, te quitas el reloj de la muñeca y… todo “ok”. Tras despedirte temporalmente de tus preocupaciones y asuntos personales, te pones de lleno con las tareas que atañen a tu negocio. Una, dos, tres y cuatro horas delante del ordenador. Ojos cansados, dolor lumbar y barriga hambrienta. Te levantas y preguntas a tus compañeros de sala si quieren que les compres algo aprovechando tu excursión a la tienda de comida para llevar para comprar el postre. Bajas las escaleras del bloque, abres la puerta y ¡zas!, esto no es una broma, esto se llama frío.
En Barcelona también hace frío. Aunque parezca que esta ciudad mediterránea vive en perpetua primavera y nunca llueve, la verdad es que el invierno también existe en la capital catalana. Días como el de hoy te lo recuerdan, ¡y vaya si lo hacen! Comida en mano y entras de nuevo en el coworking. “¿Cómo se puede estar tan bien aquí dentro?” es lo primero que te viene a la cabeza. Pasos firmes hasta la cocina y allí están todos, comentando los planes para el fin de semana, hablando del notición del día, proponiendo un día para ir juntos al laser paintball… Y, de golpe, te viene un pensamiento: “¿Qué haría yo en casa solo, sin estar rodeado de gente, comentar cosas y reír de tonterías? Así cualquiera vence el invierno…”.