¿Por qué el ascensor nunca está en la planta baja cuando llego al edificio por las mañanas? Es viernes. Es verano. Es agosto. Tengo sueño y en el espacio de coworking seremos cuatro gatos. Hay una sola cosa positiva: ¡el aire acondicionado! Abro la puerta y se confirma mi teoría: soy el primero y seguro que uno de los pocos que pisarán el coworking hoy. Me siento en mi silla y enciendo el ordenador. ¡Qué autómatas somos y en qué nos hemos convertido! Yo que cogía apuntes en una libreta y no había un ordenador en ninguna de las aulas del instituto…

“¡Buenos días!”. Bueno, parece que alguien me acompañará en este agónico y trágico viernes. Y ella abre la puerta de la sala. ¿Qué se habrá hecho en el pelo? Está guapa. ¿Por qué se acerca? ¿Por qué me pregunta qué tal estoy? No me había fijado nunca pero vaya ojazos que tiene… Trabajo. ¡Tengo mucho trabajo y ganas de irme!

10, 11, 12, 13 i 14 h. ¡Por fin! Llegó la hora de comer y no quiero contagiar mi buen humor a los demás, así que me levanto sin decir nada a nadie. ¿Ganas de ser social? Lo dejo para septiembre. Y justo cuando me pongo de pie, oigo una voz dulce que detrás de mí dice: “¿Vamos a comer?”, y los cuatro que están en la sala dejan de forma automática y radical lo que estaban haciendo para dirigirse a la sala y comer juntos.

“Esta tarde un amigo me recoge en coche y nos vamos a la Costa Brava a relajarnos un poco”. “¡Qué envida! A mí me toca visita de mis padres, que han bajado de París para pasar el fin de semana en Barcelona. ¿Alguna recomendación obligada aparte de la Sagrada Família?”. “Yo esta noche tengo una fiesta de las que prometen, ¡y mucho!, así que seguramente mañana me pasaré todo el día tirado en el sofá recuperándome. Pero el domingo cojo al perro y nos vamos por la montaña a hacer excursiones”. Pues yo no tengo ningún plan, pero prefiero callarme.

“¿Y tú, Joan?”. Ella, otra vez. Pues en realidad… Cotillearé el Instagram de mis amigos y me moriré de la envidia. “¿Yo?, pues iré a correr mañana cuando me levante, después cogeré un buen libro y me bajaré a la playa para desconectar y ponerme moreno que mi cuerpo lo pide a gritos. Hehehe”. Risa sarcástica, por favor, qué pena doy… “Uau, ¡qué bien suena!, ¿me puedo apuntar?”. No puedo controlar mi cara de estupor pero sí mi voz, que parece de lo más segura de sí misma: “¡Claro!”. Dios, qué vergüenza…

Y así fue como lo que era un viernes más de verano se convirtió en aquel día. Si es que en un espacio de coworking el que aparentemente es el día más aburrido de todos se puede convertir en una auténtica fiesta. Si eres coworker, ya sabes de lo que estamos hablando. 😉