7:00 a. m. Suena tu canción favorita en el despertador y, después de desperezarte brevemente, saltas de la cama dispuesto a empezar el día. Enciendes la radio, pones en marcha el calefactor del baño y entras de cabeza a la ducha. Sí, eres de los que necesita remojarse por las mañanas para quitarse cualquier pereza de encima. Te preparas el desayuno y coges el tupper de la comida. Antes de salir, reparas en la bolsita de papel que tienes junto a la puerta. La miras extrañado, pero caes en la cuenta enseguida: “Hoy es la cena de Navidad de Meet BCN. Qué ganas tenía de que llegara este día”, recuerdas.

Al llegar al coworking, algunos coworkers más madrugadores que tú te dan los “buenos días” con una amplia sonrisa. “Tonight is the night”, suelta uno, y reís varios a la vez. Se respira un ambiente especialmente alegre en la oficina, así que aprovechas este buenrollismo que tienes dentro del cuerpo para focalizarlo en una jornada productiva: “¡A trabajar se ha dicho!”.

Todo avanza según lo previsto: revisión de emails a primera hora, coffee break a media mañana, algunas videollamadas para cerrar un par de tratos con unos clientes importantes, parón para comer junto a tus compañeros en la cocina, terminas el proyecto que tienes que entregar esta semana… Y casi sin darte cuenta, te plantas a las 6 de la tarde.

Meses atrás, hubieras ido a por el cuarto café del día para aguantar todavía 2 o 3 horitas más de intenso trabajo. Pero eso ya es agua pasada. Hace tiempo tomaste la decisión de cuidar un poco más tu salud mental, así que tecleas las últimas líneas del email que estabas redactando, lo envías y bajas la tapa del portátil para dar por finiquitado el día. “Hay que ver cómo cunde un día de trabajo en Meet”. Con esta reflexión todavía flotando por tu mente, te despides de tus compañeros y regresas a casa para descansar y relajarte un poco antes de la cena de Navidad.

Son casi las 20 h y habéis quedado a las 21 h delante del Santa Gula. Más vale que te des prisa en arreglarte si no quieres quedar como el tardón del grupo. Te realizas un test rápido que has comprado en la farmacia y, tras 15 minutos que parecen eternos, respiras más tranquilo. Todo en orden, aunque sabes que no es garantía. Te vistes con tus mejores galas, pues la ocasión lo merece, y coges la mascarilla dispuesto a salir. Pero antes, te aseguras de no dejarte lo más importante. No, no es la cartera ni las llaves. Tampoco la cabeza. Aunque todo eso también. Coges la bolsita de papel que has visto por la mañana junto a la puerta y sales disparado camino a la cena de Navidad.

Cuando llegas al Santa Gula, casi todos los coworkers ya están dentro y bien acomodados. Mandas a todos un saludo al aire con la mano y chocas el codo con un par de compañeros que tienes al lado. Antes de sentarte, no obstante, escondes la misteriosa bolsita de papel dentro del saco enorme de yute que ha traído Isabel.

El restaurante es incluso mejor de como lo habías imaginado. Bonito, cálido, cómodo y acogedor. Y el menú, sencillamente extraordinario. Desfilan durante la cena todo tipo de platos deliciosos y elaborados: croquetas de calamares en su tinta, berenjena ahumada y lacada con cremoso de cabra y hierbas asiáticas, raviolis de setas y gambas a la crema de parmesano, bravísimas de la casa, bao de carrillera de ternera, yogurt y encurtidos caseros, ssäm de ensaladilla rusa con sardinas ahumadas…

Estás donde querías estar. Pero sobretodo, y lo más importante, con quien querías estar: esas maravillosas personas a quienes ya consideras tu segunda familia.

Habláis de viajes, de anécdotas de la oficina, de algún que otro cotilleo, recuerdos de otras cenas y eventos que habéis celebrado… En definitiva, habláis de todo y de nada a la vez.

Te sientes tan cómodo en este ambiente que te quedas ensimismado mirando a punto fijo en babia. Piensas en lo bien que estás, en lo divertida que está siendo la cena de Navidad y en las ganas que tienes de repetir encuentros así más a menudo. Estás donde querías estar. Pero sobre todo, y lo más importante, con quien querías estar: esas maravillosas personas a quienes ya consideras tu segunda familia.

Mientras divagas en estos pensamientos, alguien te devuelve de nuevo a la realidad. “¿Sigues ahí?”, te pregunta la compañera que tienes sentada enfrente. Le devuelves una sonrisa cómplice y anuncias a toda la mesa: “¡Ya va siendo hora de pasar a la mejor parte de la noche, ¿no creéis?”! Se oye una ovación conjunta de todo el grupo y recuerdas a todos las reglas de vuestra propia versión del amigo invisible.

Sacáis del saco de yute 10 paquetitos envueltos y los ponéis encima de la mesa. Ponéis el temporizador en marcha y empieza la acción. Si tiras un dado y te sale un número par, te quedas con el paquetito que has escogido. Si sale impar, estás obligado a intercambiar el regalo con uno de tus compañeros. Durante 5 minutos de reloj, todo son risas, adrenalina e intentos impetuosos por conseguir el mejor regalo. Al final, todos acabáis satisfechos con lo conseguido: una caja de bombones, unas cervezas artesanas, un gorro de lana, bolsitas de especias, un pack de crema hidratante y jabón artesano, artículos de broma, un juego de mesa… Hay que reconocer que os habéis portado muy bien con la elección de los regalos.

Te encantaría alargar la noche charlando horas y horas, pero miras el reloj y te das cuenta de que el restaurante está a punto de cerrar. Recogéis vuestras cosas y esperáis al grupo fuera. Hoy no habrá copeo ni fiesta. Aunque piensas: “Ni falta que hace”. Has pasado una velada estupenda y te quedas con eso. Empezáis a despediros y te pones sentimental: “Oye, lo he pasado genial”. Todos sonríen y asienten. “¿Nos vemos mañana en Meet BCN?”. “¡Por supuesto!”.